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LAS ABARCAS DESIERTAS

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraba los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamio el cuerpo el rio
y del pie a la cabeza
pasto fui del roció.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería...